¿Cómo llorar la muerte de un árbol solitario, cuando bosques enteros se
queman a mansalva? ¿Y cómo hacerlo en una nación como Chile, donde cientos de
seres humanos acaban de morir y muchos más han quedado heridos en la reciente
conflagración abrasadora que ha devorado miles de hectáreas y demolido
innumerables viviendas en vastas regiones de mi atribulado país?
Y, sin embargo, desde el amparo de mi casa en Santiago, a cien kilómetros
de los carbonizaciones, por mucho que me horrorizaba la devastación que iba
cobrando ingentes vidas y medios de subsistencia, no pude evitar preocuparme
por un árbol en particular, una de las tantas víctimas desapercibidas de la
catástrofe.
Se trata de un árbol que mis manos habían sembrado hace casi tres cuartos
de siglo.
Yo era un niño argentino de siete años, que visitaba Chile por unas
semanas, en mi camino de regreso a Nueva York, donde había vivido con mi
familia desde la infancia. Mi papá decidió que yo era lo suficientemente
grandecito para un ritual que él había llevado a cabo con su propio padre:
plantar un árbol. Cumpliendo esa tarea, dijo, me quedaban por delante sólo dos
misiones adicionales: escribir un libro y tener un hijo varón (era bastante
machista, mi viejo).
Y fue así que me llevó al Jardín Botánico de Viña del Mar, uno de los
viveros más grandes del continente, fundado, según mi papá, en 1817, casi junto
a la Independencia de América. Una joven cuidadora nos guió a un sitio con
condiciones óptimas para el crecimiento de un bosque colosal y me proporcionó
una espátula menuda y una semilla aún más diminuta. La cubrí con tierra, me
despedí como si fuéramos amigos íntimos y le prometí que volvería en algún
futuro a ver si había prosperado.
Nunca logré visitar ese lugar (el tosco mapa que había dibujado en nuestro
hotel se extravió rápidamente), pero lo que sí hice cinco años más tarde fue
regresar a Chile, que se convirtió en mi patria permanente. Pruebas al canto:
me hice ciudadano y me casé y publiqué mi primer libro y engendré, en efecto,
un hijo varón. Si no llegué a cumplir esa promesa a mi árbol de saludarlo de
nuevo, tampoco lo había olvidado. Y se me tornó más presente, paradójicamente,
y más significativo, cuando partí al exilio, después del golpe militar que
derrocó al presidente Salvador Allende en 1973.
Ese árbol mítico se me fue transformando en una forma de vencer la
distancia impuesta por la dictadura. A menudo me consolaba con la idea de que
el árbol que mi yo más joven había puesto en la tierra se estaba elevando desde
ese suelo tan chileno, ramificándose mientras daba la bienvenida a pájaros y
escarabajos, bendiciendo el Jardín Botánico con un verdor esplendoroso,
haciéndome señas desde lejos, murmurando que me esperaba un pedazo de mi
pasado, que no todo se había perdido y desarraigado en el cataclismo del golpe.
Una promesa que pareció materializarse cuando, después de una larga lucha, la
democracia retornó al terruño que había visto madurar ese árbol múltiple.
En estos últimos años, a medida que el cambio climático comenzó a
obsesionarme hasta el punto de escribir una novela sobre cómo nuestra especie
iba cometiendo un lento suicidio colectivo, ese árbol llegó a representar cada
vez más para mí algo así como la esperanza. Lo imaginé resistiendo las
aflicciones del tiempo y las depredaciones de los contaminadores, manteniéndose
erguido contra el desperdicio y la erosión, ofreciendo sombra y colores junto con
sus otros hermanos a lo largo del mundo, un símbolo de resistencia y
continuidad.
Con toda probabilidad, ese árbol sembrado por ese niño ha sido ahora
reducido a cenizas. De las casi 400 hectáreas del parque, el 90 % de las
plantas del Jardín (algunas estimaciones dicen que el 98 %) fue destruido en el
último incendio, provocando la pérdida irreparable de 1,300 especies, algunas
de ellas ya en peligro de extinción. Junto con otras víctimas: treinta
cachorros murieron en una perrera y se quemaron una inconmensurable cantidad de
animalitos y pájaros y, por desgracia, cuatro seres humanos. Entre ellos se
encontraba Patricia Araya, quien, durante las últimas tres décadas, había
estado trabajando como horticultora, preparando nuevas semillas para la germinación.
También murieron sus dos pequeños sobrinos. Y la madre de Patricia, de 92 años,
que, cuando era más joven, había realizado las mismas labores que su hija. Y me
pregunto, con pavor, si esta anciana no habría sido la misma adolescente que,
en aquel entonces, proporcionó una semilla y una pala a un ansioso niño de
siete años, me pregunto si la guardiana y madrina de mi árbol fue la que
pereció.
De aquel árbol únicamente queda la historia de su origen legendario y su
desenlace letal. Y de la miríada de otros árboles anónimos que perecieron ese
día, ni siquiera permanece una historia como la que estoy mínimamente
relatando. Y al igual que esos árboles sin vida, cada hombre, mujer y niño que
murió en ese incendio era alguien con una historia propia que yo no tengo cómo
contar. Y más allá de la hecatombe chilena se ciernen otras tragedias, una a
una, una tras otra, convulsiones de magnitud incalculable en un planeta en
llamas, cada vez más amenazado, cada vez más expuesto a medida que calentamos
la atmósfera de manera intolerable y caminamos sonámbulos y ciegos hacia el
apocalipsis.
¿Puede el árbol que sembré hace tanto tiempo prestarnos un último servicio
y ayudar a que nuestra humanidad despierte a lo que le estamos haciendo a la
Tierra y a nosotros mismos? ¿Cómo darles esperanza, dárselos de verdad, sin
mentir, a los pequeños, un niño o una niña, que, en este mismo momento, colocan
una semilla en la tierra y se despiden del árbol que crecerá allí y prometen
volver a visitarlo, cómo podemos crear un mundo donde el árbol y los niños
crezcan sin temer los incendios infernales que vienen por ellos y nosotros?
*Autor de La Muerte y la Doncella y, más recientemente, de
la novela Allende y el Museo del Suicidio.
Da molti anni
contadine e contadini palestinesi per coltivare devono chiedere un permesso,
che molto spesso viene revocato. In un territorio coperto per quasi la metà
ulivi, grazie a cui sopravvivevano più di 100 mila famiglie, dal 2000 le forze
israeliane hanno sradicato più di tre milioni di alberi. Nello stesso periodo,
da quando hanno iniziato a costruire il muro in Cisgiordania, è stato impedito
l’accesso alle tradizionali fonti d’acqua al 95 per cento della gente in
Palestina. Dal 2008, inoltre, l’occupazione israeliana ha istituito un sistema
di “conteggio calorico” progettato per diminuire i consumi alimentari degli
abitanti di Gaza a livelli appena sopra il limite della fame. I 32 mila morti
sono oggi la superficie di ciò che subiscono i palestinesi da molti anni.
Migliaia in questi giorni continuano a morire di fame, sete, mancanza di cure
mediche e altre forme di violenza. Ciò che accade in Palestina è tremendamente
familiare ai popoli indigeni e contadini di altri angoli del mondo… La
liberazione della Palestina è la liberazione del mondo
Distruggere la produzione di alimenti è una tattica storicamente utilizzata
dai colonizzatori per sradicare culture e creare dipendenza. Alimentazione,
territori e libertà vanno di pari passo, lo sa bene il collettivo di
comunicazione A Growing Culture. AGC
fornisce informazione e strumenti al servizio delle resistenze contadine di
tutto il mondo. Sanno che l’attenzione delle persone è il nuovo campo di
battaglia e si impegnano perché più gente possibile si unisca alla lotta per la
sovranità alimentare.
Quella che segue è una dichiarazione di AGC approfondita e pungente sul
genocidio del popolo palestinese.
Furto di terre
Fin dall’inizio Israele si è accaparrato più dell’85 per cento della terra
che storicamente apparteneva agli abitanti della Palestina. Durante la Nakba
(l’esodo dei popoli palestinesi causato dalla nascita dello stato di Israele
nel 1948) furono distrutte più di 700 mila comunità palestinesi. Da allora
Israele ha costruito insediamenti e zone militari separando uomini e donne
palestinesi dalla loro terra. Nel 60 per cento del versante
occidentale, a noi noto come Cisgiordania, contadini e contadine per coltivare
devono chiedere un permesso, che molto spesso viene revocato dalle autorità
israeliane.
L’autorità di Israele distorce una legge di epoca ottomana, progettata per
promuovere l’agricoltura assegnando le terre a riposo a chi voleva coltivarle.
Manipolando questa legge, Israele distrugge campi e boschi palestinesi per
confiscare le terre. Questa strategia deriva dallo sfruttamento di circa il 40 per cento della
sponda occidentale del fiume Giordano (fonte: Ufficio centrale di statistica
palestinese delle Nazioni Unite).
Separare le comunità dalle loro acque
La costruzione del muro in Cisgiordania ha impedito l’accesso alle
tradizionali fonti d’acqua al 95 per cento della gente in Palestina, che è costretta a
consumare acqua controllata da aziende israeliane. Israele nega ai palestinesi
ogni accesso al fiume Giordano e controlla più dell’85 per cento delle riserve
idriche del versante occidentale. Gli insediamenti israeliani consumano in
media sei volte più acqua delle comunità palestinesi.
Già da prima dell’assedio che ha seguito il 7 ottobre era impossibile bere
più del 90 per cento dell’acqua di Gaza, a causa della sistematica distruzione
delle infrastrutture per mano di Israele. Più di due milioni di abitanti di
Gaza subivano la permanente carenza di acqua prima di Ottobre 2023. L’unica
fonte idrica a Gaza è una falda contaminata da acque di scarico, chimiche e
marine. L’agricoltura palestinese dipende molto dall’irrigazione, e la crisi
idrica aumenta la dipendenza dagli aiuti alimentari e dalle importazioni
(fonti: Al Jazeera, Amnesty International e The Guardian).
La distruzione dell’agricoltura
Più del 70 per cento dei palestinesi sussistevano grazie all’agricoltura
prima della colonizzazione israeliana. Nel 1967 la produzione agricola della
Palestina competeva con quella di Israele. I contadini in Cisgiordania
producevano tanto da esportare l’80 per cento della verdura e il 45 per cento
della frutta.
Nel 1985 il ministro della difesa israeliano Yitzhak Rabin dichiarò che il
governo di Israele non avrebbe favorito lo sviluppo dei territori occupati, né
ci sarebbero stati permessi per espandere l’agricoltura o l’industria che
avrebbero potuto essere di competenza dello stato israeliano. Come risultato di
questa politica, il contributo dell’agricoltura Palestinese al Prodotto Interno
Lordo calò del 28 per cento, arrivando al 4.8 nel 1993 e al 2.6 nel 2018. Dal
2007 più del 77 per cento dei residenti di Gaza dipende dagli aiuti alimentari
(fonti: McMaster University and Econometric Research Limited, Applied
Research Institute di Gerusalemme, OIT, GRAIN).
La dieta della morte
Dal 2008 l’occupazione israeliana ha istituito un sistema di “conteggio
calorico” progettato per diminuire i consumi alimentari degli abitanti di Gaza
a livelli appena sopra il limite della fame. Dov Weisglass, consigliere dell’ex
primo ministro israeliano Ehud Olmert, ha dichiarato che “l’idea è mettere i
palestinesi a dieta senza che muoiano di fame”.
Nel 2022 le Nazioni Unite hanno riferito che più del 64 per cento degli
abitanti di Gaza erano in stato di severa o moderata insicurezza alimentare.
Molti bambini nati e cresciuti sotto l’occupazione soffrono di ritardo nello
sviluppo, insufficienza renale, denutrizione, malnutrizione, anemia e carenza
di micronutrienti. Oggi tutta Gaza soffre di severa insicurezza alimentare
(fonte: Nazioni Unite).
Estirpare gli alberi alla radice
La produzione di olive è centrale nella cultura e nell’economia della
Palestina. Lungo il versante occidentale del Giordano e nella striscia di
Gaza, il 45 per cento dei terreni agricoli è coperto da ulivi, grazie a
cui sopravvivevano più di 100 mila famiglie. Dall’anno 2000 le forze israeliane
hanno sradicato più di tre milioni di alberi. Più del 70 per cento
degli alberi estirpati in Cisgiordania erano ulivi.
Israele ha spruzzato quotidianamente erbicidi e pesticidi e gettato rifiuti
pericolosi nei territori palestinesi. Si concentra sui frutteti e cerca di
degradare i terreni e di contaminare l’acqua, in modo che l’agricoltura sia
impossibile da praticare (fonti: Nazioni Unite, Al Jazeera, Reliefweb,
+972 Magazine).
Bloccare le vite di donne e uomini palestinesi
Nel 2007 Israele ha trasformato Gaza in una prigione a cielo aperto
imponendo il blocco delle esportazioni e importazioni, restringendo l’accesso a
cibo, sementi, mezzi di produzione agricoli e combustibili. Allo stesso tempo è
aumentato il flusso verso la Palestina di beni israeliani di basso costo, cosa
che distrugge la fragile economia dei prodotti locali. Le esportazioni dalla
Palestina invece sono diventate costosissime per via dei requisiti commerciali,
stabiliti da Israele, alle frontiere e alle dogane. Come effetto di blocco,
sanzioni e restrizioni Israele controlla più del 58 per cento delle
importazioni palestinesi e l’86 per cento delle esportazioni.
Israele ha anche limitato la pesca a una distanza di 11 chilometri dalla
costa, tagliando l’accesso all’acqua migliore per uomini e donne palestinesi,
minacciando o assassinando pescatori e confiscando le loro barche e
attrezzature (fonte: International Trade Administration,
Ufficio centrale di statistica palestinese delle Nazioni Unite e
Grassroots International).
L’attuale genocidio dei popoli palestinesi è giustificato come risposta ai
fatti del 7 ottobre. Questo discorso nasconde la realtà che gli abitanti della
Palestina vivono sotto un brutale colonialismo di Stato da più di 75 anni,
spiega A Growing Culture. I 30 mila morti sono solo la superficie della
violenza che subiscono. Migliaia di altri continuano a morire di fame, mancanza
d’acqua, di cure mediche e altre forme di violenza messa in atto dai tempi
della Nakba. La Nakba è un processo continuo che cerca di eliminare il
popolo palestinese dalla faccia della terra strappandogli territori, diritti e
sovranità.
La distruzione dell’alimentazione e dei sistemi agricoli è una tattica
molto usata dai colonizzatori per sterminare popoli e culture. Lo sanno molto
bene le comunità di tutto il mondo. Ciò che accade in Palestina è
tremendamente familiare per i popoli indigeni e contadini dell’America Latina e
per chiunque resista all’oppressione del sistema. La liberazione della
Palestina è la liberazione del mondo.
Dalla pagina Instagram e Facebook di A Growing Culture.
Pubblicato su desinformemonos.orgcon il
titolo Soberanía alimentaria, comunicación y Palestina (Verónica
Villa fa parte del Grupo ETC)
All’inizio del 2023 il governo brasiliano
ha decretato l’emergenza sanitaria tra i nativi. Anche se sono stati fatti
passi avanti, gli yanomami continuano a morire per malattie curabili
Un anno dopo la denuncia dell’emergenza
sanitaria nei territori dei nativi yanomami, nel nord del Brasile, la malaria
continua a essere una delle cause principali di morte. “I bambini si ammalano”,
dice Júnior Hekurari, presidente del consiglio distrettuale sanitario yanomami,
che da settembre denuncia la ripresa delle invasioni dei garimpeiros, i minatori d’oro illegali. “Quasi tutte le
comunità della zona sono colpite dalla malaria”, aggiunge. I dati del ministero
della sanità dimostrano che, nonostante i provvedimenti del governo, la
malattia continua a diffondersi. Nel 2023 sono morte 25 persone per la malaria,
rispetto alle 21 dell’anno prima. E il distretto sanitario speciale indigeno
yanomami (Sdei) ha contato 25.895 casi di malaria, cioè il 20 per cento di
quelli registrati in tutto il Brasile. Sono numeri record, con un aumento del
64 per cento rispetto al 2022.
Il ministero afferma che nei territori dei
nativi sono stati inviati operatori sanitari per individuare le persone malate
e nel 2023 sono stati fatti più di 140mila esami diagnostici. Inoltre è stato
messo a punto un piano d’azione per il controllo dell’infezione, in particolare
nelle aree dove si concentrano le larve delle zanzare, e per individuare le
strutture adeguate alla cura di chi è malato.
Lavoro discontinuo
La malaria è endemica in tutta la regione
amazzonica, ma negli ultimi dieci anni la sua diffusione è aumentata
soprattutto nelle terre degli yanomami. Nello stesso periodo è cresciuta la
presenza dei garimpeiros nella regione e
si è intensificata l’attività estrattiva.
“Le miniere a cielo aperto causano
profondi mutamenti e alterazioni nel territorio”, spiega Maria de Fátima
Ferreira da Cruz, responsabile del laboratorio di ricerca sulla malaria della
fondazione Oswaldo Cruz (Fiocruz), che coordina gli studi sull’argomento. Con
ogni nuova miniera a cielo aperto nella foresta nasce un nuovo centro di
diffusione della malattia, che raggiunge i villaggi vicini. Inoltre i minatori,
che si spostano di continuo, contribuiscono a farla circolare.
Le autorità affermano che la mancanza di
prevenzione e assistenza durante il governo dell’ex presidente Jair Bolsonaro
ha ridato slancio alla malattia. I controlli stavano aumentando dal 2014, ma
sono crollati nel 2021 e nel 2022. Rispetto al 2014, i casi sono cresciuti del
784 per cento e rispetto al 2019, prima della pandemia, del 57 per cento. Nel
2015 il Brasile ha lanciato il piano nazionale per l’eliminazione della
malaria, che ha l’obiettivo di debellarla entro il 2035.
Ferreira da Cruz però lancia un nuovo
allarme: è in crescita l’infezione causata dalla specie Plasmodium falciparum, che scatena la forma più grave
della malattia, spesso letale. Rispetto al resto del Brasile, dove è in calo,
nei territori yanomami la Plasmodium falciparum è
responsabile di tre casi su dieci.
“Questo dimostra che gli operatori
sanitari non hanno agito come avrebbero dovuto. Ci sono solo tre cose da fare
per bloccare la malattia: vigilanza, diagnosi e cura”, dice il medico Paulo
César Basta, ricercatore della Fiocruz che lavora con gli yanomami dal 1998. La
diffusione della malattia, dice, è il risultato dei tagli al servizio sanitario
durante il governo Bolsonaro. “Lo Sdei è stato praticamente sabotato, il
personale è stato sostituito e molte risorse sottratte e sviate”.
Secondo il medico, le azioni del governo
di Luiz Inácio Lula da Silva nel primo semestre del 2023 sono state importanti,
ma non hanno risolto il problema della salute tra le popolazioni native. “Sono
state salvate molte vite e il governo ha fatto la sua parte per le emergenze,
inviando medici e trasportando i malati più gravi in centri specializzati. Ma
il lavoro è stato discontinuo e oggi si nota una certa stanchezza”, afferma
Basta.
Oltre a ciò, la presenza delle miniere
illegali rende più difficile l’azione degli operatori sanitari, spiega
Hekurari, leader yanomami. I medici, minacciati da minatori spesso armati, non
riescono a raggiungere i villaggi.
“Fino a che ci sarà il garimpo, gli yanomami soffriranno a causa delle
malattie. I bambini più degli altri”, dice. “Chiediamo al governo di cercare
soluzioni permanenti. Senza un piano di sicurezza sanitaria non si potrà
garantire la salute dei nativi”. Kleber Karipuna, responsabile
dell’associazione dei popoli indigeni brasiliani, è d’accordo: “Lo stato non
deve limitarsi a cacciare i garimpeiros, deve
restare sul territorio. È l’unico modo di impedire il ritorno dei minatori e
l’invasione di altre comunità”, afferma.
Dal gennaio 2023, quando è stata
dichiarata l’emergenza sanitaria, il ministero della sanità ha investito “più
di 220 milioni di real (40 milioni di euro) per garantire l’accesso alla salute
dei nativi in quella zona”, si legge in un documento pubblico. Il doppio
rispetto al 2022. Gli operatori sanitari attivi nella regione sono passati da
690 a 960, e sono stati riaperti sette ambulatori: oggi nella terra yanomami
sono 68 i centri in grado di assistere i malati.
“In queste zone sono stati curati più di
trecento bambini affetti da forme gravi e moderate di malnutrizione. Inoltre il
governo, attraverso il programma Mais médicos, ha portato da 9 a 28 il numero
di medici”, continua il documento del ministero. Un rapporto recente del centro
operazioni d’emergenza yanomami ha reso noto che fino al novembre 2023 erano
morti 308 nativi, il 10 per cento in meno rispetto al 2022. Metà erano bambini
di meno di quattro anni. Oltre alla malaria le cause di morte sono la
polmonite, la diarrea e la denutrizione.
Il 9 gennaio Lula ha annunciato l’apertura
di una “casa del governo” nello stato del Roraima, dove vivono gli yanomami,
per organizzare le azioni nelle terre indigene e installare tre basi per la
vigilanza, di cui si occuperà la polizia e l’esercito. La spesa prevista è di
1,2 miliardi di real
Il 28, 29 e 30 aprile, Venaria sarà il palcoscenico del G7 dedicato
all’energia, al clima e all’ambiente. Mentre i potenti del mondo continuano a
discutere sulla nostra testa del nostro futuro, noi subiamo il peso della loro
transizione ecologica che ha il chiaro intento di scaricarne il costo sui
nostri territori e sulle nostre comunità a vantaggio di chi (come TELT) non si
è mai curato del benessere del nostro pianeta.
I ministri dell’ambiente si riuniranno per parlare di un futuro
“sostenibile”, ma le politiche attuali vanno contro la salvaguardia della
Terra. Non possiamo permettere che questo “greenwashing” nasconda le vere
intenzioni dietro grandi progetti come il TAV, presentato come soluzione
ecologica ma che in realtà danneggia l’ambiente e il clima.
È sempre stato il nostro compito smascherare chi trae vantaggio da queste
opere distruttive: lo vediamo in Val di Susa dove parte del progetto TAV è
gestito da società ecocide (come la SITAF), che da sempre minacciano la nostra
salute e lucrano sulle nostre terre sotto i colpi del cemento e dell’asfalto e
che, ormai, quotidianamente avvelenano l’aria con centinaia e centinaia di
camion che attraversano le strade della Valle trasportando materiali nocivi e
dannosi.
Il nostro territorio è vittima di inquinamento di ogni genere da anni,
recentemente abbiamo scoperto che le nostre acque sono gravemente contaminate
da PFAS e PFOA, sostanze chimiche artificiali di cui finora nessuno si è preso
la responsabilità di individuarne l’origine, e che, come Movimento No Tav, ci
impegneremo a contrastare attivamente sia in piazza che sui nostri sentieri.
Questi sono alcuni dei motivi che ci spingono a voler contestare questo incontro
dei “big” dell’ambiente, dopo 30 anni di resistenza in Valsusa, è chiaro: il
TAV, come qualsiasi altra grande opera, è un crimine climatico e ambientale. È
tempo di costruire un modello di sostenibilità che rispetti i bisogni dei
territori, che li protegga e non li distrugga.
Uniamoci per difendere il nostro futuro! Invitiamo tutte le realtà che
amano la propria terra a unirsi a noi in una serie di iniziative che si
terranno in Valsusa nei giorni precedenti l’inizio del vertice, per rendere
tutti consapevoli dell’ingiustizia che si consuma sul nostro territorio e
opporci ad essa.
L’accoglienza della Valle sarà come al solito a disposizione di tutte e
tutti all’interno dei terreni del presidio di Venaus, luogo storico di scambi e
incontri per chiunque voglia conoscere ed attraversare la Val di Susa.
Diamo voce alla nostra protesta là dove i potenti cercano di renderci
silenti, ma dove prendono decisioni che ci riguardano tuttə.
#NOTAV #StopTelt #SalviamoIlPianeta
Unisciti e rimani aggiornat* sul programma completo e sulle iniziative di
avvicinamento, clicca sul link in bio https://linktr.ee/loro7noi99percento
In questo mondo
afflitto da terrificanti conflitti, l’allegra mattanza pasquale non può essere
derubricata a fatto privo di importanza, sulla scorta del mantra “con tutto
quello che succede…”. Al contrario quella strage sostiene la normalizzazione e
l’ubiquità della crudeltà del più forte sul più debole, crudeltà, che non è
opera di sadici o psicopatici, ma è intrinseca al tessuto stesso delle nostre
società
Le ricorrenze, nel loro preciso ripetersi, tracciano punti fermi nel nostro
calendario interiore, richiamando a una sorta di memento: ricordati, ricordati di
ricordare qualcosa che non va dimenticato. Quelle religiose, per chi religioso
si ritiene, dovrebbero anche essere un monito, un richiamo a dogmi, credenze,
riferimenti che però sempre più spesso appaiono appannati nel mondo occidentale
dove la tendenza in ascesa è quella del fai quello che vuoi purché ti
piaccia. Tanto che dichiararsi credente per molti finisce per limitarsi a
un’etichetta che risulta protettiva, pur nel materialismo dilagante, in quanto
assicura nell’al di là la strada verso un’immortalità sempre agognata, ed è nel
contempo garanzia, nell’al di qua, di un’accettazione sociale, basata sull’ostinata
equazione religioso uguale buono, capace di fornire una sorta di
pregiudizio positivo, per cui non esiste necessità di dovere argomentare: basta
la fede, che per altro è dono e non merito.
Tutto bene? Non proprio. Fatto salvo il sacrosanto diritto alle proprie
credenze, esistono addentellati, accessori a queste stesse credenze che
investono un ambito che non è più quello spirituale intoccabile, ma invade vita
e morte di centinaia di migliaia di altri esseri senzienti, nello specifico,
quando si parla di Pasqua, di agnelli. La loro uccisione non conosce sosta
lungo tutto l’anno, ma, in questa ricorrenza, diventa rito, tradizione,
cultura, e rispolvera il postulato, per sua natura indimostrabile, che
l’agnello, quello di Dio, è colui che toglie i peccati dal mondo attraverso la
sua stessa morte: lui, innocente, indifeso, fragile viene allora condannato a
una morte impietosa così da redimere l’uomo dai suoi peccati. Vecchia storia
che si rifà al concetto di capro espiatorio, colui sul quale
vengono riversati i debiti umani non pagati che lui, morendo, si dice
riscatterà. Chi mai davvero può credere in questa narrazione che è l’apoteosi
dell’ingiustizia, per cui il peccatore si salva compiendo un altro peccato,
quello dell’uccisione di un innocente, di milioni di innocenti? Torna alla
mente la figura, non si sa quanto storicamente dimostrata, dell’whipping boy,
il ragazzo che, all’inizio dell’età moderna, affiancava un giovane principe in
modo che, quando questi commetteva errori, venisse frustato al posto suo,
preservando così il nobile da umiliazione e dolore. Se questa situazione lascia
noi contemporanei increduli, non riesce comunque a disappannare il nostro
sguardo davanti ad altre ingiustizie del tutto simili che continuiamo
serenamente a compiere attribuendo loro significati spirituali. In fondo, per
altro, in forme fortemente diverse, la tentazione di far pagare ad altri le
nostre colpe non ci è certo estranea, anzi esercita un’attrazione di non poco
conto, sintetizzabile nella convinzione che l’importante è il nostro benessere,
chissenefrega se pagato con miserie altrui. E questi altri, i capri espiatori,
incaricati della missione, sono sempre i più deboli, quelli privi di diritti,
incapaci di vendetta: tutto considerato, in quanto specie che teorizza e
sostiene tutto questo, non ne usciamo davvero bene e ci iscriviamo a tutto
tondo nella categoria dei codardi.
Ma all’allegra mattanza pasquale degli agnelli si unisce anche uno
stuolo di non credenti, che, per l’occasione, rispolvera un attaccamento
imprevisto alla tradizione, che incredibilmente affida all’abbacchio, il quale,
al forno o alla romana, magari con contorno di patate, dovrebbe essere il mezzo
per celebrarla. E l’abbacchio, giusto per ricordare i distratti e gli
smemorati, è l’agnello ucciso entro i primi due mesi di vita: insomma
appartiene a quello stuolo di decine di migliaia di neonati d’altra specie che
già stanno affollando le nostre strade e autostrade, stipati sui camion,
belanti di terrore e di sgomento, per arrivare ad essere macellati giusto in
tempo per le nostre tavolate.
In un mondo che ogni anno macella circa 70 miliardi di animali, limitando
la conta solo a quelli terrestri, hanno forse poco senso la rabbia e il
raccapriccio davanti alla strage di questi cuccioli, quasi le nostre reazioni
sancissero un loro diritto alla vita maggiore di quello delle vittime di altre
specie. Così non è: ma esistono particolari ragioni, o forse emozioni,
solleticate da questo scempio, in primo luogo riferite alla abitudine di
celebrare una festa, per giunta cattolica, con il massacro di altri esseri,
come in questo caso, di assoluta innocenza: quale mai logica perversa
può reggere una ingiustizia tanto conclamata?
C’è anche altro a caratterizzare l’uccisione di altri animali, ma non degli
agnelli. Uno dei tanti meccanismi messi in moto per sdoganarla è quello che si
serve della loro denigrazione: il maiale, per esemplificare, è
costantemente rappresentato come brutto, sporco, grasso, dotato di istinti
sconci, un vero maiale insomma. Il biasimo di cui lo si ricopre, e non fa nulla
se in modo etologicamente del tutto scorretto, è il lasciapassare per la sua
orrida eliminazione: uno così, in altri termini, se lo merita proprio il
trattamento che gli riserviamo.
Non va meglio a galline, oche, tacchini, la cui presunta stupidità diventa
autorizzazione al loro sfruttamento. I bovini sono invece circondati da una
narrazione mistificata che li vede quieti e miti, tanto che La vache
qui rit da oltre un secolo è costretta a guardarci felice dalla
confezione del formaggio francese, fatto con il latte sottratto al suo
vitellino mandato al macello.
Qualche problema in più lo procurano i cavalli, amati da molti quali
animali da compagnia, problemi comunque presto accantonati se è vero che
l’Italia brilla per i suoi primissimi posti nelle classifiche dei paesi
importatori di carne equina dal resto del mondo. Animali di tante altre specie,
quali i conigli, vengono semplicemente rimossi, dimenticati, resi invisibili.
Gli agnelli no: sono e restano simbolo di purezza, innocenza,
vulnerabilità. Sono bianchi come il latte, il loro vagito è simile a quello dei
bambini, sollecitano tenerezza e chiedono protezione. Celebrati nei peluches,
smuovono commozione nei bambini, che si rispecchiano nella loro fragilità.
Ecco, su di loro che sono simbolo di tutto ciò che è incontaminato dalle
brutture del mondo, si scatena la brutalità di chi, per conto terzi, vale a
dire industria e consumatori, svolge il lavoro sporco: li afferra per le zampe
e li allontana, mentre belano la loro vana richiesta di pietà, dalle loro
madri, quelle madri che, se conoscessero per intero la loro sorte ululerebbero
come lupi come racconta Josè Saramago nel suo Vangelo secondo Gesù
Cristo, quello in cui c’è posto anche per la tenerezza verso tutti gli altri
animali. Caricati sui camion della morte, spinti in enormi macelli dove
verranno accoltellati e lasciati a morire dissanguati, mentre i loro compagni
terrorizzati guardano in attesa del proprio turno, testimonieranno con la loro
morte il primato dell’homo necans, quello che afferma se stesso
uccidendo altri e che di sapiens conserva davvero poco.
La strage degli agnelli, con i suoi picchi di crudeltà, non è un fenomeno a
sé stante, ma piuttosto un tassello della geografia umana: da due anni anche il
mondo occidentale è coinvolto nei teatri bellici di Ucraina e Gaza (che per
altro sono solo la punta dell’iceberg di almeno altre 60 guerre sparse per il
mondo) che gettano davanti agli occhi di tutti l’esistenza di uno sconvolgente
potenziale umano di crudeltà: morte ovunque, distruzioni, uccisioni atroci
anche di bambini e anziani, torture irraccontabili, sadismo normalizzato. Ora bisognerà pure
arrivare a rendersi conto che la violenza è il più contagioso di tutti i virus,
che tutte le forme in cui si concretizza e si manifesta si collegano
direttamente o indirettamente l’una all’altra, che se qualche inossidabile
idealista ambisse ancora e nonostante tutto a un mondo pacificato, non potrebbe
prescindere dalla coscienza che la sua costruzione non può che passare
attraverso l’esclusione della violenza tout court: in tutti i campi, contro
chiunque diretta, da chiunque praticata.
Diceva Edmondo Marcucci, pacifista di fama internazionale, che “l’uccisione
degli animali è un esercizio di violenza che abbrevia la distanza all’uccisione
dell’uomo, alla guerra”. Mentre Aldo Capitini, filosofo della
nonviolenza, sosteneva che se si fosse imparato a non uccidere gli animali si
sarebbe risparmiata l’uccisione di uomini, perché la scelta nonviolenta
avrebbe avuto ricadute sul nostro modo di essere: tanto che diventò vegetariano
negli anni ‘30, convinto che la scelta di non uccidere animali avrebbe
sostenuto il rifiuto ad uccidere gli uomini nella guerra che vedeva
minacciosamente avvicinarsi.
Era invece Edgar Kupfer-Koberwitz, dalla sua esperienza di internato a
Dachau, ad affermare “che gli uomini saranno uccisi e torturati fino a quando
gli animali saranno uccisi e torturati e che fino ad allora ci saranno guerre”.
Ora, in questo mondo afflitto dai peggio conflitti, l’attuale
strage degli agnelli non può essere derubricata a fatto privo di importanza
grazie a quel confronto vantaggioso che, mettendola a
confronto con le immani crudeltà sugli esseri umani, consenta di sminuirne il
portato, sulla scorta del mantra con tutto quello che succede…! Al
contrario sostiene pericolosamente la normalizzazione e l’ubiquità della
crudeltà del più forte sul più debole, crudeltà, è bene ricordarlo, che non è
opera di sadici o psicopatici, ma è intrinseca al tessuto stesso delle nostre
società, che lungi dal condannarla, la sostengono culturalmente, come
sostengono tutte le altre violenze legalizzate sugli animali. Fondamentale è
allora riconoscerlo il male, e smettere di confondere ciò che è lecito con ciò
che è giusto: per capire finalmente che l’uccisione di centinaia di
migliaia di cuccioli, lecita, legale, normata dalle leggi, è e resta un crimine
morale che nessuna legge morale può essere in grado di assolvere.
In tutta Italia i cristiani si stanno preparando a
festeggiare la resurrezione di Gesù. Ma ho notato che ancora molte persone
si predispongono a celebrarla in modo cruento. Ad esempio, ho
assistito ad una conversazione fra una signora ed un pastore durante la quale
la donna, ordinando un capo, si raccomandava sul giusto modo in cui
l’agnello doveva essere macellato e tagliato per la cucinatura. Ed ho visto dei
manifesti pubblicitari in cui si reclamizza la “vendita di agnelli puliti
e pronti alla cottura (compresa la testa ed il cuore)” a prezzi stracciati.
Non so se questa usanza di mangiare l’agnello a Pasqua sia veramente una
consuetudine cristiana, forse appartiene più alla tradizione giudea e
musulmana, anche perché Gesù viene definito “agnello di Dio” e dopo il suo
sacrificio sulla croce non sono richiesti altri sacrifici di altri innocenti…
Perciò i veri cristiani dovrebbero abbandonare la cattiva abitudine di
festeggiare la Pasqua uccidendo agnelli, capretti ed altri animali.
Questa preghiera è rivolta a tutti gli uomini di buon cuore, religiosi e
non, che intendono contribuire alla santificazione della Pasqua con nobiltà
d’animo e morigeratezza.
Per santificare la memoria dell'”agnus Dei”, invece di servirlo in tavola,
il nostro invito è quello di salvarlo. Chi dispone di un terreno
potrà acquistare un agnello per tenerlo in vita, allevandolo come animale
da compagnia. Infatti l’agnello si affeziona facilmente e da grande può essere
utile a tener pulito il prato producendo inoltre dell’ottimo concime naturale…
Il sistema capitalista
è profondamente dipendente dai combustibili fossili ed è in agricoltura che
quella dipendenza è decisiva. Quelli che sono in alto lo sanno, non possono e
non vogliono sbarazzarsi del fossile: per questo promuovono una transizione energetica
con cui consolidarsi in un periodo caos climatico. In questo senso, il
capitalismo, scrive Raúl Zibechi, opera con le stesse modalità che mette in
atto di fronte alle contestazioni del patriarcato e del colonialismo: cercando
di legittimarsi con presunte politiche contro il maschilismo e il razzismo
Il capitalismo starebbe promuovendo una transizione energetica per
consolidarsi in un periodo di crisi e caos climatico che può minacciare la sua [presunta]
legittimità. In questo senso, opera con le stesse modalità che mette in atto di
fronte alle contestazioni del patriarcato e del colonialismo: cercando di
legittimarsi con presunte politiche contro il maschilismo e il razzismo, fingendo che il sistema
condivida alcuni aspetti delle lotte femministe e di quelle dei popoli
oppressi, con l’obiettivo di ritagliarsi un piccolo settore di fedeli che si
incastonano al vertice della piramide del sistema.
Il recente Summit Mondiale sul Clima (COP 28), tenutosi a Dubai, negli
Emirati Arabi Uniti, ha dimostrato che promuovere la cura del clima e la
transizione verso le energie rinnovabili è profondamente ipocrita quando
l’evento si tiene in un paese dipendente dai combustibili fossili e
l’amministratore delegato della National Oil Company viene nominato presidente
della COP. Come sottolinea GRAIN, la COP è sembrata più un evento commerciale
che un vertice intergovernativo sul clima: un incontro simile al Forum di
Davos, dove si incontrano i miliardari. GRAIN aggiunge che i lobbisti
dell’industria dei combustibili fossili e della carne hanno raggiunto il numero
record di 2.756 persone che hanno riempito le sale e i corridoi (“La COP del clima se convierte en otra
Davos”). E conclude che la COP è stata catturata dalle multinazionali
del cibo e dell’agroindustria e che tutte le sue dichiarazioni sono
vuote, mere pantomime e propaganda ad uso e consumo di un pubblico sprovveduto,
che purtroppo non è piccolo e abbonda anche nelle organizzazioni che affermano
di essere ambientaliste. È un peccato che ci siano ancora movimenti sociali che
conferiscono credibilità a questi incontri e addirittura partecipano a questi
eventi rivestendoli di una discutibile legittimità.
Penso che dobbiamo capire che il capitalismo realmente esistente è
profondamente dipendente dai combustibili fossili, che gli Stati Uniti,
in quanto nucleo centrale del capitalismo, sono intrinsecamente dipendenti dal
petrolio e dal gas, e che non possono e non vogliono sbarazzarsene. In effetti,
l’ascesa degli Stati Uniti al rango di potenza mondiale coincide con la
scoperta e lo sfruttamento del petrolio; e il loro predominio si è consolidato
con l’accordo del 1945 con l’Arabia Saudita.
L’esperta di energia Gail Tverberg sostiene che l’attuale sistema si basa
sui combustibili fossili, che vengono utilizzati in ogni genere di attività, da
Internet e dalla produzione di pannelli solari alla costruzione di edifici,
all’estrazione di materie prime e al trasporto di merci.
Ma è in agricoltura che la dipendenza dai combustibili fossili è
decisiva, in quanto l’attività agricola è diventata incredibilmente
efficiente utilizzando grandi attrezzature meccaniche, di solito alimentate a
diesel, insieme a una serie di prodotti chimici, tra cui erbicidi, insetticidi
e fertilizzanti, sostiene Tverberg nel sito internet oilprice.com (“10 Reasons Why the World Can’t Run Without Fossil Fuels”).
Abbandonare l’agricoltura delle multinazionali significherebbe che i paesi
ricchi vivrebbero come la maggior parte delle nazioni africane, che usano
pochissimi combustibili fossili, o che le loro popolazioni vivrebbero come le
popolazioni indigene e contadine dell’America Latina, dove il tempo di lavoro è
principalmente dedicato alla terra e quasi non si utilizzano combustibili o
prodotti chimici per l’agricoltura.
Un ultimo dato che collega il capitalismo alla depredazione della natura è
fornito da un rapporto che afferma che le illegalità ambientali sono la
quarta attività criminale più redditizia al mondo. Il rapporto si riferisce
alla deforestazione illegale, all’estrazione mineraria, alla pesca e al
commercio di fauna selvatica che sono diventati un enorme motore finanziario
che, secondo l’Interpol, nel 2018 si stimava che generasse dai 110 ai 281
miliardi di dollari di entrate illecite all’anno su scala globale (“América Latina expande el marco legal contra los delitos
ambientales”).
Come sappiamo, il nostro continente (America latina, ndr) è
particolarmente vulnerabile ai crimini contro la natura, a causa della sua
biodiversità e dell’abbondanza di minerali e di acqua. Le legislazioni promosse
dai governi non riescono a frenare le attività estrattive né a mitigare i danni
all’ambiente.
È necessario chiedersi perché tanto rumore intorno alla transazione
energetica e all’impiego di energie rinnovabili. Buona parte del potere del
sistema oggi risiede nella promozione di un ecologismo che non mette in discussione
il capitalismo, servendosi dei nomi più diversi (inclusa l’attività mineraria verde o
sostenibile) per convincere gli ambientalisti che devono credere nelle
politiche progressiste.
Non è vero che grandi eventi come la COP, o le conferenze mondiali delle
Nazioni Unite sulle donne e contro il razzismo, non hanno ottenuto grandi
risultati. Hanno ottenuto molto più di quanto ci si potesse aspettare, ma in
modo indiretto: hanno dato vita ai progressisti del mondo che
distraggono chi sta in basso senza promuovere reali cambiamenti.
Il Paese visibile viaggia in aereo,
spesso per andare a trattare di circolazione di merci, il Paese invisibile
migra. Il Paese visibile, nel suo territorio si muove in taxi, il Paese
invisibile cerca di sopravvivere nelle zone di confine, a volte passa la
frontiera a piedi o con qualche piroga. Il Paese visibile si affida a grandi
commercianti, politici da loro pagati per assecondarli, e sempre più spesso a militari.
Il Paese invisibile non viene riconosciuto, ma esiste e resiste. In molti
angoli del mondo…
Contrariamente
a quello visibile, il Paese Invisibile non viaggia. O meglio, semmai migra per
cercare lontano quello che pensa di non trovare accanto. Invece, il due volte
presidente del Niger, Issoufou Mahamadou, dopo alcuni mesi di segregazione
forzata, ha viaggiato fino ad Addis Abeba. Un aereo speciale dal Ghana
per l’ennesimo incontro sulla libera circolazione di beni, servizi (e
persone?) in Africa. È andato, forse, a tentare di (ri)mediare per la crisi
economica che il Paese attraversa dall’arresto ai domiciliari, da fine luglio
dell’anno scorso, del presidente Mohammed Bazoum. Quanto al primo ministro e
altresì ministro dell’Economia e delle Finanze del governo nominato dalla
giunta militare al potere, Mahaman Lamine, ha viaggiato in vari Paesi prima di
tornare all’ovile. Dal Congo, per un incontro sulla situazione in Libia, ha in
seguito raggiunto, con una delegazione del governo per una visita di lavoro,
Mosca, Ankara, Teheran e Rabat. Il Paese Invisibile, invece, passa la frontiera
del Benin con la piroga come un clandestino ben noto.
I cittadini
normali si muovono in taxi, bus o minibus all’interno del Paese. Altri sono
sfollati a decine di migliaia attorno al lago Ciad o nella zona delle Tre
Frontiere che unisce e divide i Paesi che hanno scelto di coalizzarsi. Niger,
Mali e Burkina Faso si trovano coi militari al potere in seguito a colpi di
stato motivati dall’incapacità dei civili di fronteggiare gli attacchi dei
gruppi armati “terroristi”. Consapevolmente o meno i soggetti costitutivi
del Paese Invisibile sono coloro che hanno imparato a sopravvivere, dalla
colonizzazione francese ai vari regimi militari con timidi accenni alla
democrazia della miseria. Il passaggio alla miseria della democrazia è avvenuto
senza destare sospetti. Da un lato i Grandi Commercianti, i Politici da loro
pagati per assecondarli, i militari come guardiani del rispetto dei patti e il
popolo confiscato della sua sovranità. Il Paese Invisibile è composto da coloro
che non sanno o ai quali non è dato sapere che in loro risiede la fonte del
diritto, della politica e della giustizia. Quest’ultima è stata la grande
assente dei vari regimi al potere.
“Gentile
cliente, in conformità con l’ordinanza n.2023-18, che modifica e completa la
n.2023-13 con la creazione di un Fondo di Solidarietà per la Salvaguardia della
Patria, istituisce un prelevamento automatico di 10F su ogni
appello a partire da 12F e su ogni ricarica superiore a 200F. Tutto ciò con lo
scopo di contribuire in modo forte e sostenuto alla Salvaguardia della Patria a
partire dal 25 gennaio del 2024…”. Anche i cittadini del Paese Invisibile hanno
ricevuto questo messaggio sul loro telefono cellulare e, senza udibili
commenti, si sono adeguati al premeditato salasso quotidiano. Un prelievo
invisibile per uno scopo invisibile nel Paese Invisibile. Difficile misurare
l’entità delle entrate e soprattutto delle uscite di questo inedito patrimonio
pecuniario. Così com’è stato difficile capire come sono potuti arrivare senza
sospetto, 1.400 chilogrammi in lingotti d’oro da Niamey in Etiopia il mese
scorso. Il Paese Invisibile osserva, attonito e sono veramente in pochi,
finora, coloro che fanno l’opzione di ascoltarne l’assordante silenzio.
Il Paese
Invisibile esiste, resiste e persiste. In mancanza di intellettuali che hanno svenduto al
miglior offerente quanto loro corrispondeva per missione, il popolo del Paese
Invisibile ha imparato a memoria un detto tramandato di generazione in
generazione. Tutto ciò che si fa senza di Lui è, in definitiva, contro di Lui.
Decurtato del 30% l’indennizzo a un uomo
senza fissa dimora rimasto in carcere per 458 giorni. La Cassazione rimedia:
“principio rovesciato”
di Riccardo Radi da Terzultima fermata
Sei un homeless con una “subalternità culturale”
derivante dalla marginalità socio-economica, quindi la tua carcerazione di 458
giorni ti ha fatto soffrire meno di una persona “normale”. Il “ragionamento” di
una corte di appello di Milano che ha decurtato l’indennizzo di un 30% ad un
uomo rimasto in carcere per 458 giorni, accusato di reati infamanti come la
violenza sessuale e i maltrattamenti.
Secondo il criterio matematico standard, il
malcapitato avrebbe dovuto avere 235 euro per ogni giorno di carcere
immeritato. Ma i 107.630 euro, sono diventati 75mila. Un taglio del 30%
giustificato dalla condizione del ricorrente. La Cassazione sezione 3 con la
sentenza numero 9486/2024 ha posto rimedio all’evidente discriminazione operata
dalla corte di merito.
La Corte di merito aveva basato il decurtamento del
30% sulla base delle seguenti “considerazioni”: il prevenuto “almeno per il
periodo, in cui fu sottoposto alla misura custodiale, era quella di un uomo che
viveva in una situazione di accentuata marginalità socio-economica e di
subalternità culturale”. Senza affetti e privo di una abitazione stabile ed è
per questo che la corte di merito ha ritenuto congruo tagliare di un 30%
l’indennizzo per la carcerazione patita, d’altronde l’aver vissuto in una baracca
e l’assenza di un’occupazione “e di rapporti affettivi di qualsivoglia natura”,
sono fattori che avevano certamente inciso molto negativamente sulla qualità
della sua esistenza. Tutto questo doveva dunque necessariamente aver mitigato
il patimento naturalmente connesso alla carcerazione.
Fortunatamente a questa visione “classista” e
discriminatoria ha posto rimedio la Suprema Corte che sottolinea: “In ultima
analisi, i criteri utilizzati dalla Corte territoriale legittimano una diversa
quantificazione del criterio aritmetico (nel caso di specie con una sensibile
riduzione del 30%) a seconda della condizione sociale, di marginalità,
piuttosto che di normalità o di privilegio, una situazione quest’ultima che
alla luce di questi criteri, dovrebbe conseguentemente avere effetti opposti,
di aumento del quantum”.
Ragionando al contrario – afferma la cassazione – si
dovrebbe dare un indennizzo più alto a chi vive nel lusso, magari in una villa
con piscina, e può contare su solidi affetti: “per non parlare – scrivono i
giudici – dell’incomprensibile richiamo, pure utilizzato nell’ordinanza
impugnata – alla subalternità culturale”.
Mai parole sono risonate più calzanti: “La povertà è
come una punizione per un crimine che uno non ha commesso” (Eli Khamarov).
Non intendo
qui riprendere ciò che è stato scritto fino ad ora, talvolta con grande
competenza, sulle proteste degli agricoltori in tutta Europa, ma
soffermarmi sul contesto in cui si sono inserite. In particolare
voglio ricordare cosa rappresenta per la comunità umana l’attività
agro-zootecnica.
L‘agricoltura,
anche se poco considerata (e proprio per questo retta in Europa
esclusivamente da cospicui e iniqui provvedimenti della Politica
Agricola Comunitaria), costituisce il settore primario dell’economia classica,
mentre l’industria ne è componente secondaria. Essa è l’unica
l’attività che, se gestita secondo i principi della agroecologia,
garantisce un’economia eterna. Oltre che produrre derrate
alimentari, poi, assicura equilibri territoriali e biodiversità così
costituendo uno dei principali ostacoli al diffondersi delle pandemie. Il
terreno agricolo assorbe, secondo l’ISPRA, 500 kg/ha/anno di CO₂ e trattiene
quasi 4 milioni di litri d’acqua per ettaro sì che l’attività
produttiva si intreccia con la riduzione dei disagi prodotti dall’ormai acclarato
cambiamento climatico: non a caso le poche figure istituzionali “illuminate”,
in Italia e nel mondo, tendono a diminuire la cementificazione del territorio.
Di più, in termini di salute, il buon cibo prodotto da un’agricoltura
naturale e sana è, insieme all’aria non inquinata, uno dei cardini della
“prevenzione primaria”: più della stessa diagnosi precoce delle malattie che,
al contrario di ciò che si pensa, è uno strumento di prevenzione
secondaria. A ciò consegue anche che adeguati investimenti nel
settore agricolo sono ampiamente compensati dai risparmi in spese per
costose e dolorose terapie.
Alla luce di
queste considerazioni vorrei formulare alcune semplici proposte di
intervento nel settore agricolo, da sempre trascurato dalla politica.
Primo. Occorre anzitutto dare
concreta applicazione alla proposta di “sovranità
alimentare” elaborata nel 1996 dall’associazione sudamericana
Via Campesina. Tale proposta afferma il diritto dei popoli a definire le
proprie politiche e strategie di produzione, distribuzione e consumo di cibo:
tutt’altra cosa, rispetto alla agrozootecnia industriale, che si caratterizza
per monocoltura (antitesi della biodiversità) e allevamenti intensivi le cui
produzioni sono destinare precipuamente alla esportazione e alla grande
distribuzione.
Secondo. Bisogna, poi,
annullare gli accordi internazionali che prevedono prezzi fissi per i
prodotti agricoli poiché, in agricoltura, le produzioni sono condizionate non
solo dalla professionalità degli agricoltori, ma soprattutto da condizioni
climatiche differenziate da paese a paese e dalla imprevedibilità delle stesse
a causa dei cambiamenti climatici.
Terzo. La razionalità indica che
l’ortofrutta, prodotto ad alto contenuto di acqua (che – come noto è il maggior
attivatore di fermentazione…), deve essere consumata quanto più possibile
vicino al luogo di produzione al fine di permetterne la raccolta a
maturazione adeguata e, conseguentemente, al massimo delle qualità
organolettiche. Al contrario, se questo alimento viene prodotto a migliaia di
km di distanza, si impongono alcuni procedimenti impropri: raccolta prematura,
trattamenti chimici per impedirne la decomposizione, confezioni più complesse
per la conservazione etc. Senza contare l’utilizzo di energia fossile per il
trasporto, alla faccia della prevenzione primaria e delle sostenibilità! Questa
forma di autarchia avrebbe anche l’effetto di consentire, nei
paesi più poveri, l’orientamento delle produzioni alimentari verso i
consumi interni e non verso il bulimico e ricco mondo occidentale.
Quarto. Occorre, infine, diminuire il
consumo di carne, come indicato dall’OMS, a 4-500 grammi pro capite alla
settimana (ovvero circa 20 kg annui). Vi sono attualmente nazioni in cui se
ne consumano oltre 100 kg all’anno (USA e Australia: dati 2020); in Italia
se ne consumano 60-70 kg annui (dati Slow Food). Una minore
ingestione di carne garantirebbe infatti, oltre a un miglioramento della salute
umana, una migliore gestione del territorio: basti considerare che la
diminuzione del carico di bestiame (bovini in primis) per
ettaro comporta minori deiezioni, con conseguente rispetto della
“Direttiva nitrati” al fine di non inquinare le falde acquifere.
In sintesi,
occorre affidarsi, in agricoltura, a un “protezionismo intelligente”. Lo
impongono, come si è visto, il mantenimento di una buona salute e il risparmio
energetico da combustibili fossili. Ciò non vuol dire negare
la possibilità di scambi internazionali. Ma devono essere ragionevoli…
P.S. A supporto di quanto esposto ricordo un articolo di una grande
femminista, saggista ed ecologista, Carla Ravaioli, dal titolo Keynes e
l’arte della vita, risalente a 20 anni fa, che cita la seguente frase dello
stesso Keynes: «Ho simpatia per coloro che vogliono minimizzare piuttosto che
massimizzare l’intreccio economico tra le nazioni. Le idee, la conoscenza,
l’arte, l’ospitalità, i viaggi, sono tutte cose che per natura sono
internazionali. Ma le merci dovrebbero essere di fabbricazione nazionale ogni
volta che ciò è possibile e comodo».
Vogliono impadronirsi
del potere e spergiurano che questa volta le cose cambieranno davvero. La loro
sarà una vera rivoluzione perché loro sono i buoni e non conoscono dubbi e
fragilità. Ma c’è una cosa che i buoni non dicono mai: hanno bisogno di
asservimento volontario al loro potere, a fin di bene naturalmente, insomma non
cercano persone che pensano in modo critico, non delegano e fanno perdere tempo
alla rivoluzione. «Forse l’unica e autentica rivoluzione che meriti questo nome
– scrive Mauro Armanino dal Niger – è quella che non sa di esserlo, consapevole
della sua intrinseca e umana fragilità. La sola che si avvicini a questa utopia
è quella che la sabbia, gelosamente, nasconde agli occhi dei “buoni”…»
Il Niger ha vissuto il suo primo putsch nel 1974. Fu organizzato da un
quartetto di ufficiali guidati dal tenente colonnello Seyni Kountché, il quale
giustificò la sua presa di potere con le difficoltà sociali evidenziate dalla
carestia… “Dopo quindici anni di regno segnati da ingiustizia, corruzione,
egoismo e indifferenza nei confronti del popolo al quale pretendeva di
assicurare benessere, non possiamo più tollerare la permanenza di questa
oligarchia”. Ci troviamo nello stesso anno nel quale Edoardo Bennato
lanciava una canzone il cui testo inizia con “Arrivano i buoni, Arrivano,
arrivano”e continua come segue:
Finalmente hanno capito che qualcosa qui non va
Arrivano i buoni e dicono basta
A tutte le ingiustizie che finora
Hanno afflitto l’umanità
L’ultimo (per ora?) della serie dei putsch è stato giustificato dal
discorso dal presidente della transizione, il generale Abdourahamane Tiani, all’occasione degli
auguri per la festa dell’indipendenza nel passato mese di agosto: ”È questa la
sede per ribadire con estrema chiarezza che l’unica ragione dell’azione del
CNSP è e rimane la salvaguardia della nostra patria, il Niger… Semplicemente,
sono in gioco le vite del popolo nigerino e l’esistenza stessa del Niger come
Stato … vi sono i problemi ormai endemici della corruzione diffusa e
dell’impunità, della cattiva gestione, dell’appropriazione indebita di fondi
pubblici, del clanismo di parte, della radicalizzazione delle opinioni e delle
posizioni politiche, della violazione dei diritti e delle libertà democratiche,
della deviazione del quadro statale a vantaggio di interessi privati e
stranieri, dell’impoverimento delle nostre popolazioni laboriose”. Stesse
cose, cinquant’anni dopo.
Quanti sbagli, quanti errori
Quante guerre e distruzioni
Ma finalmente una nuova era comincerà
La storia umana è una mescolanza di sabbia: si rincorrono imperi, regimi di
eccezione, repubbliche, monarchie, dittature e rivoluzioni. Alcune più note e
altre meno ma tutte con l’inconfessata speranza di un mondo differente, nuovo o
semplicemente migliore del precedente. Solo che nella storia succede come nella
vita perché nulla si crea e nulla si distrugge del vissuto. Si girano le pagine
del libro le cui pagine sono scritte dalla sabbia, cancellabili e, proprio come
la vita, fragili. Troppe volte le promesse dei fautori di rivoluzioni
non erano che colpevoli miraggi. Altre volte le legittime
aspirazioni del popolo si trovano poi tradite dalla realtà del quotidiano.
L’esperienza insegna infatti che bene e male, saggezza e follia, verità e
menzogna si mescolano e confondono a seconda delle stagioni e dei rapporti di
forza. Allora da uno stato di eccezione si passa alla normalità o, se vogliamo,
è la banalità del male che anela a un ulteriore putsch con altri giusti che,
finalmente, metteranno i “cattivi” in grado di non nuocere.
Arrivano i buoni ed hanno le idee chiare
Ed hanno già fatto un elenco
Di tutti i cattivi da eliminare
Le liste sono flessibili e sfuggevoli perché, anch’esse, di sabbia e dunque
mutevoli. Non casualmente si celebrano processi sommari di delinquenti notori.
Vengono istituiti spesso comitati di salute pubblica, di protezione della
rivoluzione e si salveranno dal ripudio solo coloro che danno assicurazioni di
trasparente onestà, gente con “le mani pulite”. Sono loro i prescelti per
governare o comunque orientare e conservare lo spirito della rivoluzione. La
giustizia mostra in tutta evidenza ciò che ci sia aspetta da lei e dunque
l’asservimento volontario al potente di turno. Spariscono cittadini, attivisti,
corrotti e corruttori del sistema. Liste che si aggiornano in
continuazione sotto la guida di gente “illuminata” dallo spirito del tempo e
dal senso della storia dei vincitori. Naturalmente questo processo di
identificazione dei “cattivi” si apparenta a un cantiere permanente per
vocazione e soprattutto domanda tempo, anni ed è ciò che si definisce come
“rivoluzione permanente”. Tutto ciò durerà finché i nuovi padroni saranno,
prima o poi, loro stessi vittime del loro tempo di transizione. Arriveranno
altri buoni, migliori dei precedenti per completare il lavoro.
Così adesso i buoni hanno fatto una guerra
Contro i cattivi, pero hanno assicurato
Che è l’ultima guerra che si farà
Finalmente una nuova era comincerà
Difficile affermare se quelle che abbiamo finora designato col nome pomposo
di “rivoluzioni” lo sono state davvero. Oppure sono state le cronache di
tradimenti annunciati fin dal loro germe sapendo che tra i mezzi adoperati e il
fine perseguito c’è complicità e continuità inscindibile. Forse l’unica
e autentica rivoluzione che meriti questo nome è quella che non sa di esserlo,
consapevole della sua intrinseca e umana fragilità. La sola che si avvicini a
questa utopia è quella che la sabbia, gelosamente, nasconde agli occhi dei
“buoni”.
Avrà settant’anni, lo incontro al tramonto, nel nostro Giardino.
Parla in modo raffinato, voce gentile e appena ironica, e mi fa subito
simpatia.
“E’ la prima volta che capito qui… ma mi chiedo, avete
per caso uno spazio coperto?
Io non ho alcun reddito, dormo all’Albergo Popolare, ma di giorno,
vedete, io vado alla Biblioteca Thouar… ho trovato un angolo tranquillo, mi
metto lì e tiro fuori la mia tastierina e le cuffie, e compongo musica,
senza disturbare nessuno. Solo che adesso stanno facendo i lavori in
biblioteca, non ci posso più andare…
Sei messicano? Mia sorella andò in Argentina per
studiare il tango!
Che musica creo? Io sono vecchio, i miei maestri sono
i Beatles e Jimmi Hendrix”
La seconda vita è di una coppia luminosa di quasi
ottantenni, che da decenni, di notte, fanno comparire cibo e coperte per quelli
che dormono per strada (compreso quello che diceva, “io
preferisco dormire per strada, perché all’Albergo Popolare c’è gente troppo
schifosa“).
La figlia della coppia luminosa è musicista, il compagno della
figlia si occupa di teatro. E lui una sera la massacra a colpa di pentolate, le
spacca le costole, la sta per strangolare, e lei trova la forza di fissarlo
negli occhi, lui caccia un urlo e scompare e il giorno dopo lui si suicida lanciandosi da un ponte.
Lei ieri è andata a fare un concerto, vi serve una
musicista classica?
La terza vita la incontro all’autostazione di
Bologna.
Lui tiene in mano una lattina di birra, lei è tutta piegata e spinge un
carretto.
Al mondo, lui urla, con tutte le sibillanti emiloromagnole,
“Io pago le tasse, e con le mie tasse pagano la guerra in Ucraina! Romano Prodi non lo
avrebbe mai fatto!”
E siccome io sono una calamita vivente, dopo aver passato decine e decine di
persone, lui torna di me, e mi dice,
“Sono Paganelli Romano, ho cinquasette anni e Prodi mi
fece trovare lavoro! Prodi non avrebbe mai speso i nostri soldi in missili per
la guerra, lei è d’accordo? Ma lei da dove viene?”
“Sono messicano”
“Che onore! Io mi sono vaccinato tre volte per il
Covid – questa è solo la seconda birra che bevo oggi – e mi sono cascati tutti
i denti! Il mio medico dice che è per il vaccino! Lei è di Firenze? Mio zio
Paganelli Lino lavorò per la principessa Strozzi, di Firenze!”
Ci stringiamo forte la mano e trovo bellissimo il suo sguardo, sento che
nella sua follia, è un amico vero.
La quarta vita, me la raccontano quasi a caso, un
ragazzo figlio unico della profonda Sicilia che andò a studiare giurisprudenza
a Bologna, avrebbe potuto studiare anche a Palermo.
Una sera i genitori telefonano, lui non risponde, risponde il compagno di
stanza, “gli ho bussato, ma non lo vogliamo disturbare”, e i genitori presi da
una strana intuizione, insistono, ma niente… quando la polizia sfondò la
porta, lo trovano morto d’eroina.
La quinta vita, non c’è più nemmeno
quella, è di un ragazzino di diciannove anni, figlio di una mamma immigrata
semplice e coraggiosa, che ha fatto ciò che poteva… l’hanno ammazzato l’altra
notte a coltellate qui a Firenze, per qualche orrenda inutile sciocchezza, che
avrà distrutto anche le vite degli assassini.
La sesta vita la incontro sul Ponte…
La zingara del Kosovo, anni e anni che ci incrociamo con la sua pelle scura
di indiana, anni fa mi raccontava che erano in diciassette a vivere tutti in un
unico appartamento scampato non si sa come agli speculatori.
Sul ponte dedicato ad Amerigo Vespucci, la zingara mi racconta che ha tre
figlioli,e il marito l’ha mollato, e mi chiede, se posso trovarle lavoro,
qualunque lavoro.
“Ma io spero solo in Dio, perché in Lui ci credo!”
Appena nato il suo bimbetto, dissi, ما شأالله
che vuol dire, “è quello che Dio ha voluto”, e così nessuno può sospettare
invidie…
e stasera, anche lei mi dice, mashaa’Allahcome è bella!, guardando mia figlia,
e penso a lei, ai suoi tre figlioli, a come senza soldi deve pagare settecento
euro di affitto, e alla sua splendida fede che è l’unica arma che ha.
La settima vita è la mia, e io mi chiedo, cosa può
fare per tutta questa piccola gente,
e poi magari anche questa settima vita avrebbe profondamente bisogno di
qualcosa, solo che non ho il tempo per chiedermi, di cosa.